Le nationalisme, c’est la guerre
♦ Este grito lanzado por Mitterand en 1995 ante el Parlamento Europeo, y que se ha repetido estos días, tiene hoy, veinte años más tarde, la misma actualidad de entonces. Pero conviene que lo analicemos en todo su contexto. No, no se refiere únicamente a los nacionalismos regionales, por graves que sean las amenazas de estos últimos. Hay un nacionalismo de los Estados que, aunque no sea la causa ni la excusa de los nacionalismos regionales, puede ser igual de peligroso. La UE, que nació con ese deseo de fundamentar la paz en una relaciones sólidas de auténtica democracia, se encuentra hoy en día dominada por los gobiernos nacionales y estos, a su vez, por el poder absoluto de los partidos. Este es el verdadero nacionalismo de los Estados.
La última semana prometí hablar del expolio de la soberanía del ciudadano de la Unión Europea, y quiero hacerlo hoy desde el convencimiento europeísta más profundo y desde la rabia más reconcentrada contra todos estos políticos mediocres, mesías de los nacionalismos, que nos quieren vender la idea de que la soberanía del pueblo español depende de la soberanía de su gobierno o de su partido de turno y de que la soberanía de los ciudadanos depende de tener más o menos representantes nacionales en las instituciones de la UE, cuando en realidad la soberanía de los ciudadanos consiste en que las necesidades y las preocupaciones de los ciudadanos ocupen el centro de toda la política, independientemente de la nacionalidad que tenga el que nos gobierne. Nos hablan de pérdida de soberanía de España, cuando lo único que pretenden es copar los puestos de influencia en las instituciones de la UA.
Dentro de la UE, los nacionalismos de los Estados están produciendo los mismos enfrentamientos y fomentado los mismos egoísmos entre los ciudadanos de los diversos países que los que originan los nacionalismos regionales entre los ciudadanos de las diferentes regiones de España. Los nacionalismos de los Estados son la principal causa del estancamiento en que se encuentra el proceso de unificación europea, y con la excusa de los intereses de la nación y de la soberanía nacional, los políticos lo único que están defendiendo son los intereses personales o de su partido. La Unión Europea no avanza porque los gobiernos nacionales no gobiernan ni dejan gobernar, no resuelven los problemas pero tampoco quieren unirse para resolverlos conjuntamente. La soberanía de los gobiernos de la Unión Europea es prácticamente nula, porque separadamente son incapaces de resolver los grandes problemas de la sociedad, pero se niegan a renunciar a su parcelita de poder, aun a sabiendas del gran perjuicio que están produciendo a los ciudadanos. Pretenden ser los señores cuando en realidad son unos mandados.
¿Qué papel juega el ciudadano en la UE? A nivel nacional, decía la última semana, el ciudadano es al menos teóricamente soberano, pero a nivel de la UE no es soberano ni siquiera teóricamente. ¿Cómo se puede compaginar entonces el concepto de ciudadano de la UE con la falta de soberanía de ciudadano de la UE? ¿De qué sirve que el ciudadano de la UE pueda elegir directamente a sus representantes para el Parlamento Europeo si son los Estados o el Consejo de la UE los que llevan la voz cantante en toda la política de la UE? ¿Estamos ante una Unión de Ciudadanos o ante una Unión de Estados?
Según el Tratado de la Unión Europea (artículos 1 y 5) son los Estados miembros los que “atribuyen las competencias” a la UE, no los ciudadanos. A nivel nacional los poderes del Estado emanan de los ciudadanos, pues la soberanía reside en el pueblo español. En la UE los poderes de las instituciones emanan de los Estados. Luego son los soberanos son Gobiernos de los Estados miembros, no los ciudadanos Es lógico que en los inicios los UE, entonces Comunidad Económica simplemente, fuera así, pero desde sus inicios la UE estaba llamada a ser algo más, y, aunque en las tres primera décadas de su existencia se dieron grandes paso hacia una Unión de los ciudadanos, sin embargo ese proceso se paralizó y incluso se ha dado marcha atrás.
En la Unión Europea ni los ciudadanos son soberanos, ni tampoco lo son sus representantes, es decir los europarlamentarios. Según el Tratado de Lisboa el Parlamento Europeo queda sometido al control de los parlamentos nacionales (art. 5) para que no se extralimite en sus funciones. No se trata de un principio de colaboración entre los parlamentos nacionales y el parlamento europeo, sino de un mandamiento de control, según el cual los parlamentos nacionales actúan de policías frente al Parlamento Europeo. Esto también es nacionalismo: ¡un parlamento nacional controlando a otro parlamento! ¿Qué diríamos si los parlamentos autonómicos españoles pudieran controlar la actividad del Congreso de los Diputados?
¿Puede un ciudadano de la UE sentirse orgulloso de su ciudadanía, cuando ésta se encuentra vacía de contenido, es decir orgulloso de una ciudadanía que no es soberana? ¿Y qué diríamos si un extremeño al dejar de ser extremeño, p.e. al trasladar su domicilio a Portugal, dejara de ser español por el hecho de marcharse de Extremadura? Pues la ciudadanía europea está dependiendo de la respectiva ciudadanía nacional, y si una persona pierde la ciudadanía española, pierde al mismo tiempo la ciudadanía europea. Estamos, por tanto, ante una ciudadanía de segunda categoría, que está dependiendo de la ciudadanía española.
El mal de Europa es el mismo mal de España y de los otros países europeos, y el mal de España no se resolverá mientras no se resuelva el mal de Europa, es decir mientras el dominio absolutista de los partidos políticos no deje paso a la participación del ciudadano europeo. Y los nacionalismos regionales no desaparecerán mientras en la UE no desaparezcan los nacionalismos de los Estados y no lleguemos a una auténtica unión política.
Félix de la Fuente Pascual, Secretario de Acción Política de CILUS – Ciudadanos Libres Unidos