DESDE LA DOBLE A

La máscara de las franciscanas en Leganés

Muy apropiado para las fechas en las que estamos inmersos. Me refiero a la fiesta de, seguramente, mayor tradición y arraigo de cariz pagano; el Carnaval. Y digo apropiado porque en ella son protagonistas, como alma de la fiesta, las máscaras. No en vano, bien podríamos llevar estas máscaras a una analogía (religiosa) con la situación que tiene la malograda Escuela Infantil Nuestra Señora de Zarzaquemada y de la que tienen más detalles en un amplio reportaje que hemos publicado en este medio.

No son muy originales. La máscara está, por profunda desgracia, bastante usada entre los empresarios. Entre los empresarios creyentes, agnósticos o ateos. Es la máscara de la sonrisa pintada de buenas palabras y que oculta una verdadera tez de caradura. De hacer lo que les da la real gana. Y, efectivamente, esto no puede ser. Hay que pararlo y no tolerar más cantidades ingentes de morro al por mayor de patrones. Cuando se dice una cosa, hay que cumplir y punto.

Lo contrario, para mí, no es exactamente de profesionales baratos de la excusa, sino de miserables. Jugar con el futuro y pan de obreros y obreras nobles no hace ni pizca de gracia.
Y todo esto sirve para ilustrar del caso que traigo a esta humilde columna de opinión. Unos minutos de diálogo con las ocho trabajadoras estafadas de esta escuela son suficientes no ya para ser testigo o empatizar con su situación, sino para compartir esa indignación, rabia y dolor. Y hacerlo propio es lo que da la fuerza a los trabajadores para seguir luchando contra tales injusticias. Por eso, la pasividad de quienes rechazan solidarizarse cuando el pellizco no es en su pellejo está alejada de mí.

En 2013, unas religiosas pertenecientes a la congregación de Franciscanas de la Inmaculada Concepción en Perú se hicieron cargo, merced al obispado de Getafe, de la gerencia de esta escuela, con tanto arraigo y solera en el barrio de Zarzaquemada.

Pues bien, cerraron el verano pasado y han dejado a las ocho educadoras en la calle y sin indemnización económica. Una auténtica sinvergonzonería, que (manda narices) siempre soporta la piel de los mismos. Con el “no hay dinero” de la empresa; aquí y después gloria. Eso ese, más o menos, lo que han tenido que digerir estas educadoras. Pues no señor, estas mujeres han trabajado con escrupulosa profesionalidad, dignidad y siempre cumpliendo para que ahora les vengan con esas. Y sé de lo que hablo, porque las que cuentan con más antigüedad me conocen desde bien pequeño. Cabrea que encima esto se haya elevado a práctica habitual en nuestra sociedad. ¿Y al trabajador qué? Tú, empresa, ¿te has rebajado cuando pedías lo firmado al trabajador? ¿Les rebajabas la carga de trabajo o le ampliabas las vacaciones por obra y gracia del Señor? No, ¿verdad? Pues, ahora, cumple.

Además, la situación se eleva a dramática cuando la desprotección al trabajador es total y el gobierno nacional le importa cero que sufra el más débil.

Estas ocho mujeres han comenzado a recoger firmas a las puertas de la iglesia, que viene a coincidir con la del centro infantil. Firmas para que el obispado haga de intermediario en esta insostenible situación. Yo ya ha firmado e invito a todo el mundo a que lo haga. También a los políticos del municipio a los que no se les vio el pelo por allí.

No puede ser. Ya basta. Tanta hipocresía, no. A Dios rogando y con el mazo dando. Por supuesto, esto último a colación de este caso y similares. En otros, no me cabe la menor duda, habrá acciones loables. Lo bueno y lo malo. Pero, en esta oportunidad lo que es del César es un morro de magnitudes sobresalientes.

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