Toda militancia tiene un precio, sí, pero no confundirlo el precio con el valor. El valor es algo que a veces no tiene precio y eso es lo que importa. No el precio de la cosas o de las acciones sino su valor, si de verdad merecen la pena o no. Nos va la vida.
♦ ¿Merece la pena vivir indignado, cabreado, despotricando contra todo y por todo? Si te echan del trabajo sin causa justificada después de más de veinte años en la misma empresa es normal que la indignación se te suba a la cabeza. Si eres joven y ves que no tienes futuro, lo mismo, nadie puede amainar tu cabreo. Tienes derecho a darte de golpes contra la pared y si te lo permiten a acampar en la Puerta del Sol todos los 15 de mayo que te vengan bien o mal. Ahora corres el riesgo de que te multen o te metan en la cárcel si se te ocurre acampar en la Puerta del Sol o sus aledaños, es decir, toda militancia tiene un precio. El precio nos lo ha puesto este Gobierno que gobierna desde la derecha más cavernaria. Y si padeces la enfermedad de la hepatitis C y tu hospital se niega suministrarte la medicina que te puede curar, este mismo Gobierno, además de dejarte morir puede meterte en la cárcel si te juntas con otros enfermos a protestar en vestíbulo. El cabreo y la indignación podrían llegar a los oídos de Dios. Al parecer Dios ha dejado de ser español, ya ni tan siquiera apoya a la Selección Nacional de fútbol y menos aún a los jóvenes que emigran a Alemania en busca de trabajo y porvenir cargados de títulos académicos. El gobierno de Rajoy tiene la culpa, con Zapatero parecía que vivíamos mejor, podías acampar en la Puerta del Sol y la policía te respetaba, pero no era verdad, Zapatero no tuvo en cuenta la crisis y la crisis vino y se lo comió, a él, a todo el partido socialista y al final a todo lo que respira en este país. Al final nos hemos quedado con Rajoy hasta que las urnas en otoño apenas tenemos remedio. Le votamos porque prometió arreglarlo todo y lo ha estropeado todo. Menuda herencia nos va a quedar el día que se vaya para siempre a su oficina de Registrador de la Propiedad en Santa Pola. ¿Para entonces, quedará en España algo público por registrar? No, todo estará registrado, lo público y lo privado.
Cuando un grupo de indignados gritan en la calle eso de “Que no, que no nos representan”, lo confieso no sé qué es lo quieren decir. En el mejor de los casos pienso que lo que quieren decir es “¡Que no, que no nos defienden!”. Esto último me parece más coherente aunque más de uno considere todo lo contrario y a los políticos, a esos que se sientan en el Congreso de los Diputados mejor sería correrles a gorrazos. Lo peor es que a pesar de todo, aunque no estemos de acuerdo, nos representan, así en bloque a todos los españoles. Por supuesto, yo tampoco estoy de acuerdo con lo que defiende, jamás podría estarlo. Entre muchos de estos señores portadores de la representación de todos y cada uno de los españoles y yo hay un abismo infranqueable. Por eso, había que echarlos a la mar, fuera de sus escaños pero con el voto.
En definitiva que si queremos que los políticos además de representarnos nos defiendan, eso hay que pelearlo. Salir a la calle y reclamar lo que hay que reclamar. Y sobre todo no perder la cabeza ni tampoco gritar bobadas a voz en grito. Hay que mojarse, hay que arriesgarse, arriesgarse y atreverse a equivocarse. Nunca los derechos se tienen porque sí. Nunca se mantienen por sí mismos. En cuanto los dejamos quietos pensando que nos los merecíamos desde siempre y para siempre, estamos equivocados. Los derechos y las libertades ciudadanas son como un río. Si el río se detiene, el agua se estanca y acaba por no valer n i para regar y mucho menos para beber. Ya lo dice una y otra vez, Joaquín el tronquito, un “sin techo” del Puente de Vallecas, enfermo de hepatitis C: La militancia tiene un precio.