Después de la pandemia todo será lo mismo. Los alemanes volverán de vacaciones a Mallorca y la derecha obtendrá mayoría absoluta en Galicia. Los tertulianos, en los medios de comunicación, se gritarán haciendo el ridículo, llegarán las rebajas de verano y posiblemente el Real Madrid o el Barcelona ganen la liga. De “está la raya” para acá y los demás… No son de los nuestros. Se felicitan y se sienten felices cuando alcanzan unas responsabilidades que a cualquiera le harían sudar frío y temblar.
¿Por qué lo obvio y lo necesario no llega al terreno de lo útil? ¿Por qué en los parlamentos y los foros de decisión no están los derechos humanos? ¿Cómo es posible que el drama de millones de personas y la desgracia que se aproxima a generaciones futuras no nos preocupe o al menos ocupe mínimamente?
Los trucos más simples siempre funcionan. La estafa conocida como el timo de ‘la estampita’ se lleva a cabo mostrando a las potenciales víctimas una serie de billetes de curso legal, haciendo creer que se dispone de muchos más y que quiere regalarlos porque para el estafador no son más que cromos o estampas, obteniendo de la víctima cantidad económica inferior. La falsa sensación de duros a pesetas y la codicia de los necesitados. El atavismo de “esto es lo que hay” y a quien buen árbol se arrima…
Nos sabemos tan frágiles, nos enseñan a ser tan frágiles. Aparentamos normalidad, siempre hemos aparentado la normalidad. Bienvenidos a la nueva, la de siempre, civilizada normalidad. El engaño de lo común. Un sobreentendido malicioso y enfermizo.
¿Por qué nos enfadamos con nuestra propia sombra y perdemos energías con nuestra pequeña mala baba? ¿Por qué nos cebamos con los más fáciles? ¿Por qué lloramos nuestras miserables dolencias inevitables, salpicando a los demás? ¿Por qué, en definitiva, somos tan poco humanos?… Todo es mentira, y lo sabemos.
Las cosas que pasan por primera vez, siempre han pasado. Que aburridito esto de tener razón o dejarla de tener, si a la postre todos tendremos parecida eternidad dentro de cien años. A poco que cualquiera se dé un paseo por la Historia de los pueblos conocidos de este planeta, cosa que ahora se puede conseguir, como nunca. A poco que desplacemos nuestras miopes pupilas, y ampliemos el objetivo. A poco que nos pongamos en la piel del otro…
La falta de alegría, el mal estar interno y la depresión crean monstruos que fingen una humanidad equivocada. El fingimiento es la cuestión… ¿Por qué fingimos hasta llegar a creérnoslo? Andamos con mascarilla, amargados: “Piove, porco governo”. Lo más sencillo es dejar de pensar, dejarse llevar. Religiones intolerantes, nacionalismos irracionales, simplificaciones salvadoras para un mundo cambiante y complejo.
Con tanta pantomima se nos olvida, la verdad. La cadena de lo cotidiano y la lluvia fina de tanta información con fines intencionados, nos termina por aturdir. Hay que… siempre estamos en lo suyo, porque su “hay que”… A nosotros en realidad nos importa, ni un tanto así.
Es inexplicable que el mundo este dividido enfermizamente en un casi cincuenta por ciento eterno, querellas y comisiones de investigación enfangando la claridad. Como es posible, que casi todos no estemos de acuerdo en lo básico. ¿Estamos tan locos?… Que todo esto esté sucediendo.
La violencia y la división ante problemas tan claros, esta dificultad para alcanzar mayorías sociales lógicas, esta extraña división ante el desastre, es cuando menos sospechosa. Sé que escribo sobre el agua, pero nos lo tenemos que hacer mirar. No puede ser normal. Tenemos que dialogar, hablar en serio de todo esto. A mí al menos no me cabe la menor duda. La normalidad no existe. La vida nunca es normal, y tenemos que vivirla mucho mejor.