Todos hemos contemplado las imágenes de los sanitarios alemanes desembarcando en Portugal. Muchos, de seguro, se habrán emocionado. No tengo nada en contra. Me parece muy bien. La noticia de que Austria quiere transportar enfermos portugueses a sus propios hospitales también es algo alentador en medio de esta pandemia. Pero yo me pregunto, ¿cuántos médicos y enfermeras han marchado de Portugal solamente en estos dos últimos años y precisamente a los países ricos de Europa, entre ellos Austria y Alemania?
Tomando como referencia a España, podremos tener una cifra aproximada de la emigración sanitaria de nuestros hermanos ibéricos. Según la prensa, las cifras del Consejo General de Colegios oficiales de médicos de España, en 2019 emigraron de España 4.100 médicos y en 2020, en decir en plena pandemia, 3.559. Aquí no está incluido el número de enfermeras. Supongamos que de Portugal solamente hayan emigrado mil médicos y, de estos, 200 hayan ido a Alemania en plan definitivo y comparémoslos ahora con los setenta o cien médicos alemanes que vienen por tres semanas a Portugal. Alabo rotundamente este gesto de los gobiernos austriaco y alemán, y otros países deberían hacer lo mismo, pero ¿podemos hablar de solidaridad o deberíamos mejor hablar de justicia?
La libertad de circulación de los trabajadores es uno de los derechos fundamentales de la UE. Que unos médicos españoles se marchen a Alemania, porque allí puedan ganar más o porque no encuentren trabajo en España o simplemente porque prefieran vivir en dicho país, entra dentro de lo normal, pues todos aspiramos a mejorar nuestras condiciones de vida. Lo que no es normal es que los desequilibrios laborales y salariales entre unos países y otros dentro de la UE les sirva a los países ricos para atraer a las fuerzas más calificadas de los países pobres y ahondar así el foso que separa a unos de otros. Los países pobres han pagado toda la formación de sus universitarios y técnicos, y los países ricos, sin haber invertido un euro, se llevan la producción de estos especialistas.
Es hora, por tanto, de que empecemos a preguntarnos qué estamos haciendo mal. Pero no son solo los países ricos, con sus atractivos salariales, los responsables de esta situación. Es que algunos países, y entre ellos España, con sus eternos contratos temporales, con sus sueldos en muchos casos de hambre, está obligando a sus técnicos y especialistas, a sus médicos y enfermeras y a sus investigadores a salir fuera. Es hora de que empecemos a reestructurar nuestra escala de valores profesionales. Mientras gran parte del pastel se lo lleven los futbolistas o los innumerables políticos, no habrá tarta para nuestros mejores profesionales. No busquemos culpables fuera. No es la UE la que falla. Es la falta de una auténtica Unión lo que falla. Mientras tanto, espero que los países ricos de la UE tengan algún día palabras de agradecimiento a Portugal y a España por los médicos y enfermeras que gratuitamente les han proporcionado.