♦ Llega el verano y con él los Sanfermines y otros encierros por toda la geografía española con sus muertos, sus borrachos y otros festejos. A eso le llaman fiesta pero uno no sabe qué es exactamente lo que se festeja. La fiesta se supone que es alegría, encuentro, amistad, buena comida, luz, música… verano. Pues no, en nuestro país, la fiesta es ruido ensordecedor toda la noche, jóvenes borrachos tirados por la calle, maltratos de animales, procesiones… y más. ¿Cómo es posible que alguien considere divertido tirar una cabra desde un campanario, arrancarle la cabeza a un pollo, hacerle toda clase de perrerías a un toro para que envista contra la multitud? Es la tradición, es la fiesta y que no se atreva nadie a ponerla en cuestión.
Los Sanfermines digan lo que digan es una salvajada sin sentido. Si San Fermín pudiera bajar del cielo seguro que estaría en contra. Bueno, si a San Fermín se le ocurriera aparecer por Pamplona un siete de julio, le correrían a gorrazos. Pobre San Fermín, ¿qué pudo haber hecho en vida para que celebren su fiesta tan a lo bestia? No hizo nada.
Antes, los toros venían caminando por el campo y los vecinos acudían a recibirlos y los acompañaban hasta los corrales. Era lo más natural del mundo. En aquel entonces, el que más y el que menos estaba acostumbrado a tratar con animales, hoy no es así. Cualquiera puede confundir a un burro con un conejo si no fuera por el tamaño.
En la actualidad los toros de la fiesta vienen en camiones. Podían ir hasta los corrales pero los sueltan a las afueras del pueblo y no hay más remedio que llevarlos a pie corriendo por las calles. No sólo en Pamplona sino también en casi todos los pueblos españoles del norte y del sur, del este y el oeste. En las calles del casco antiguo no podían circular los camiones. No tiene más misterio un festejo que organizan los ayuntamientos y que le cuesta la vida a más de un vecino todos los veranos.
Maldita la gracia tiene entonces que suelten a unos pobres animales a correr entre un multitud enloquecida. Si pueden embisten contra todo aquel que se pone delante. ¿Cómo puede ser eso divertido? ¿Si es una fiesta para qué se monta por si acaso un hospital de campaña? Si no fuera porque alguien puede terminar malherido no se montaría.
Lo peor es que en la actualidad todos los pueblos quieren ser como Pamplona y celebrar la fiesta de su pueblo lo mismo, con sus peñas, sus juer-gas de toda la vida y corriendo, como novedad, toros por las calles. Que bien hizo el alcalde Pedro Castro de Getafe con no permitir que se celebraran encierros y que mal el alcalde José Luis Pérez Ráez de Leganés que los sacó del olvido y comenzaron a celebrarlos con muertos y heridos sin medida cada verano.
En el pasado mes de junio ya han muerto dos personas corneadas por un toro en uno de estos festejos. ¿Y qué ha pasado? No ha pasado nada. Al muerto lo ha enterrado la familia y la fiesta ha continuado como si tal cosa. Las autoridades no se han atrevido a suspenderla. A la mañana siguiente otra suelta de toros. Es muy divertido. Es la tradición. Es la fiesta. La fiesta es eso, en lugar de música, ruido; en lugar de alegría, juerga y borrachera. La fiesta es romper con todo lo establecido, incluso con la vida, para que luego todo parez-ca que sigue igual y nada cambie. Pero no, la fiesta es celebrar que ha llegado el verano, vuelves a tu pueblo y hasta puedes soñar que todo podría ser mejor, más justo, sin recortes en sanidad, sin parados, sin niños que pasen hambre, sin corralitos, sin ley mordaza… sin tantas cosas que nos están haciendo tanto daño porque como se ha dicho siempre, más cornadas da el hambre.