La Santa Inquisición si hubiera podido la hubiera quemado acusándola de bruja e iluminada, pero la iglesia Católica terminó proclamándola santa.
♦ En el siglo XVI, el siglo de Teresa de Jesús, al hombre europeo se le abrieron de par en par las puertas de la modernidad. Ya nada volvería a ser como había sido siempre. No en vano con el siglo XVI comienza la Edad Moderna. En 1473 había nacido Nicolás Copérnico que terminaría dejando establecido, pocos años después de su muerte en 1543 se publicaba su libro, que la Tierra no era el centro del Universo y eso iba tener sus consecuencias.
El siglo XVI es el siglo en el que culmina el Renacimiento para terminar desembocando en el Barroco. Durante la Edad Media todo giraba en torno a Dios y el papa de Roma era su representante en la Tierra. Entras en una catedral gótica y sientes que apenas eres nada, la mirada y el corazón se pierden en las alturas, la grandeza de Dios lo invade todo y el hombre se siente pequeño, apenas nada. El Renacimiento hará que esa experiencia dé un giro de ciento ochenta grados. El hombre se convierte en la medida de todas las cosas. El Barroco hará que esa medida esté impregnada de realismo y pasión.
Con el Renacimiento la conciencia personal comienza a abrirse camino. Erasmo de Rotterdam preconizaba la religiosidad interior frente a la religión de las ceremonias litúrgicas ajenas al individuo. Dios le hablaba directamente al corazón del hombre tal como había enseñado Agustín de Hipona y Erasmo de Rotterdam lo mismo que Martín Lutero eran frailes agustinos.
Lo cierto es que Martín Lutero no fue muchos más lejos que Erasmo de Rotterdam, su concepto religioso de un cristianismo sin intermediarios entre el hombre y Dios terminó rompiendo de forma inexplicable, más por política que por teología, la unidad del cristianismo en Europa. ¿Acaso este atreverse a hablarle a Dios en el silencio de la intimidad, no era a lo que aspiraban Teresa de Jesús y Juan de la Cruz?
El libro que comenzó a leer Teresa de Jesús tras la fuerte impresión que le causó una imagen de Jesucristo atado a la columna eran las Confesiones de Agustín de Hipona, la primera traducción del latín al castellano. “En este tiempo –escribe Teresa de Jesús– me dieron las Confesiones de san Agustín, que me parece el Señor lo ordenó, porque yo no las procuré ni nunca las había visto. Soy muy aficionada a san Agustín porque el monasterio adonde estuve seglar era de su orden”.
“La primera edición en castellano –apunta García de la Concha refiriéndose al libro de Agustín de Hipona– fue realizada por fray Sebastián Toscano, y se imprimió en Salamanca, en el taller de Andrés Portanari en 1554. Probablemente la santa lo leyó ese mismo año. Su influencia fue decisiva para ella, puesto que las Confesiones constituyen el precedente más directo y el modelo más claro tanto del Libro de la vida como del componente biográfico que subyace en toda la obra de nuestra escritora”.
El primer viaje de Cristóbal Colón, ocho años antes de que comenzara el siglo XVI, hizo pensar a los europeos que al otro lado del océano Atlántico existía todo un mundo nuevo por descubrir, por conquistar, por esquilmar y también por ocupar. Cientos de jóvenes del reino de Castilla se lanzaron a la aventura. Teresa de Jesús vio como sus hermanos se enrolaban para ir a la conquista de América. Algunos no volvieron. Otros hicieron fortuna, su hermano Lorenzo de Cepeda fue uno de estos último.
El legado del siglo XVI fueron todos estos acontecimientos y algunos más co-mo el descubrimiento del océano Pacífico, la primera vuelta al mundo… pero sobre todo el inicio de lo que más tarde se ha llamado la revolución científica con Galileo Galilei a la cabeza. Teresa de Jesús supo asumir todos estos cambios en su interior, los dio forma sin apenas saberlo, la Iglesia Católica lo mismo la hubiera quemado acusándola de bruja que proclamarla santa como al final terminó haciendo a pesar de todos los pesares.