DIARIO DE UN JUBILADO

Si Santiago de Compostela es un camino imposible, Jerusalén es un escándalo

La llamada Tierra Santa es un parque temático con el libro de los cuatro evangelios como guía turística

♦  Jerusalén es una ciudad blanca, situada en lo alto de una colina. Blanca de piedra blanca. Para los que vienen de lejos y la contemplan por primera vez desde el monte Sion la ven con los ojos del alma que es casi como mirarla a ciegas. Lo que más destaca de esa visión de la ciudad santa de Jerusalén en medio de tanta blancura es la cúpula dorada de la mezquita de Omar. Un santuario en el que se venera el lugar donde según la tradición Abraham estaba dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac por mandato de Yahvé. Los musulmanes, por su parte, sostienen que no se trataba de Isaac sino de Ismael, el hijo que Abraham tuvo con su esclava Agar y que dio origen al pueblo árabe. También es desde donde Mahoma, montado en una yegua blanca, subió a los cielos.

En realidad bastante importa que fuera Isaac o fuera Ismael, lo que verdadera-mente importa es que exista un santuario que celebra que un padre estuviera dispuesto a matar a su hijo por mandato divino. No creo que pueda haber ninguna ideología, ninguna justificación ética, moral o religiosa, que justifique que un ser humano disponga de la vida de otro ser humano, sea quien sea ese ser humano. Nadie puede tener razones para quitarle la vida a nadie, sea su hijo, su hermano, su vecino o su enemigo… La mezquita de Omar de la Explanada del Templo de Jerusalén es un monumento a la intolerancia. Un verdadero escándalo. Un sin sentido. Una barbaridad. Y sin embargo es un lugar sagrado para los judíos, los cristianos y los musulmanes al que solo pueden acceder estos últimos. En él se consolidó el origen de las tres religiones más importantes de la historia de la humanidad sin dejar de lado a los budistas e hinduistas. A Abraham se le venera como el padre de la fe de estas tres religiones y lo que se celebra y venera en ese lugar es la prueba de su fe, es decir, de su fanatismo.

Recuerdo esa mañana del mes de septiembre que fuimos a visitar la Explanada del Templo. Hacía calor. Sobre nosotros caía un sol de justicia. Tuvimos que esperar en la cola más de una hora. Nos vigilaban unos jóvenes policías israelitas armados hasta los dientes. A la Explanada solo pueden acceder los turistas y los musulmanes, los judíos lo tienen prohibido porque se teme que sin querer puedan pisar el Santo Santorun del Templo que se levantaba en su lugar arrasado por los romanos hace más de mil ochocientos años. En el Santo Santorun se guardaban las Tablas de la Ley que Moises bajó del Sinaí cuando los israelitas salieron de Egipto. A él solo podía acceder el sumo sacerdote.

Además de la mezquita de Omar en Jerusalén existen otros dos lugares que se consideran lo más sagrado entre lo más sagrado: el Santo Sepulcro que como es de todos no es de nadie y así está el pobre. Da grima verlo. Además es un sepulcro vacío, es decir, no hay nada de nada incluso para los más creyentes. Entonces ¿a qué van?

Si vas a Jerusalén pensando que te vas a encontrar a Jesús de Nazaret a la vuelta de una esquina de la Vía Dolorosa estás muy equivocado, mejor no vayas. Personalmente solo pude percibir el aliento de ese Jesús en el cogote. La Vía Dolorosa es un mercadillo permanente y la llamada Tierra Santa un parque temático con el libro de los cuatro evangelios como guía turística.

El otro lugar sagrado es el Muro de las Lamentaciones, una ruina sin más. Al dios de Abraham, Isaac y Jacob tan solo le ha quedado eso, un muro de grandes piedras de granito para que el Pueblo Elegido, el pueblo de Israel, pueda rezar y llorar, recordar lo que fue y se perdió. En la actualidad los israelitas son los amos y señores de la Tierra Prometida, los artífices de una sociedad moderna, democrática, industrial, avanzada pero indecente. Al menos su forma de comportarse con sus prójimos los palestinos, con razón y sin razón, es, no solo criminal, también, repito, indecente.

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