Este incierto viaje nos depara una ocasión única para dejar “la opinión de los demás” a un lado y centrarnos en la trastienda de nuestra existencia. Un confinamiento para ser valientes y enfrentarse al silencio. ¿Qué pretendemos que sea nuestra realidad, si no hacemos nada por mejorar nuestra perspectiva y nuestras metas, hacia lo que nos pide por dentro, nuestro verdadero sentir? Sobra consumo, ego y ruido. También intuimos el tufo de un progreso idealizado y sin límite, de espaldas a la naturaleza. No nos tranquiliza, de la misma forma que íntimamente tenemos la seguridad de que la tecnología jamás salvara a una humanidad con dogmas, competitiva y desnaturalizada.
La admiración a los fuertes, el prestigio de la violencia y la banalización del mal. Todo este retorcimiento artificial en la escala de valores no se puede tragar sin asfixiarnos, en el deber a la memoria, de la barbarie en nuestra reciente historia. Usar y tirar; no nos sirve. Confundir el valor con el precio y hacer estudios comparativos entre la alegría y el éxito, simplemente no funciona.
Algunos opinan que saldremos de esta aprendiendo algo. Veo a los nuevos agentes de seguridad apostados en los balcones y miradas inquietantes en las colas de los supermercados. La brasa de los programas televisivos, los gritos tras los tabiques vecinos y los interminables carruseles de deportes inexistentes en las radios. Y no sé qué pensar.
Los políticos están a sus pequeñas cosas de los comicios cada cuatro años y los empresarios a sus beneficios trimestrales, los sanitarios a salvar vidas y los ancianos a no perderla. Los pobres se quejan, porque no llegan a final de mes y los potentados se suicidan estresados. Los nacionalistas a sus esencias y los paraísos fiscales a su libertad de mercados. Niños muriéndose de hambre en el Cuerno de África y criaturas regordetas devorando perritos calientes en California, vamos como siempre. Todo resultaría cómico si no fuera tan patético.
Esperar es más dulce, todos juntos sin dejar nadie atrás, hacerse responsables y aceptar la colaboración con honestidad, renunciando a los atajos. Habrá que vivir mejor con menos. No solo es necesario sino que además es la única salida, para el planeta Tierra. A la gallina no la puedes pedir un huevo pulsando un icono sobre una pantalla. Los huevos vendrán y tampoco será cuando las mismas gallinas quieran.
Ernest Shackleton, en 1907 para su segunda Expedición Antártica, publicó este anuncio en el Times: «Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo escaso. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura el regreso. Honor y reconocimiento en caso de éxito». Pasados tres años de peligrosas e insólitas aventuras todos regresaron sanos y salvos.
Nosotros ahora estamos embarcados en una travesía de pronóstico reservado. No nos hemos presentado voluntarios y por tanto, en caso de éxito, no habrá ni honor ni reconocimiento. Y sabemos que cientos de miles no regresaran a sus hogares. Paciencia y ejemplaridad, bienvenidos a la nueva normalidad del primer día del resto de nuestras vidas… y por favor, yo el primero, intentemos no ser tan mezquinos.
Sobran palabras.