En diciembre de 1977 finalizaba la [penúltima] remodelación de la Plaza del General Palacio, unas obras que culminaron con la instalación de una pequeña fuente iluminada sobre la que se mostraba en posición sedente una pequeña y redondeada estatua tallada en piedra caliza blanca. Un homenaje a la mujere y la maternidad. La fuente y su remate artístico se instalaron, con gran algarabía, en las primeras semanas de 1978, hace justamente 40 años. Alentados por las autoridades municipales, envidiosos de la Cibeles madrileña, los vecinos de Getafe la bautizaron Cibelina, y así quedó confirmada, a medio camino entre la burla y el cariño.
Los responsables del proyecto, y de otros muchos claro —estaba casi todo por hacer—, eran el último alcalde franquista, Ángel Arroyo Soberón, y el incombustible concejal Sebastián Carro Sánchez. Las obras, que incluían la canalización de un colector y la renovación de los pavimentos, se adjudicaron el 14 de abril de 1977 a Pavicom SA por un importe de 2.975.010 pesetas. En la misma fecha se adjudicó la fuente luminosa a Industria Eléctrica Francisco Benito por 1.492.500 pesetas. Nada se decía, o no tenemos conocimiento de ello, de la escultura que coronaría la fontana, quién era su autor o el precio abonado por la Corporación.
Lo fácil en internet, donde se esparce información y desinformación sin certificado de verosimilitud, es copiar. Corto y pego. Cuatro o cinco de las referencias que hay en la red sobre la pequeña Cibelina atribuyen su autoría, sin citar a nadie, a «un alumno aventajado del escultor Baltasar Lobo». Vaya usted a saber. Nadie nombra al artista, que al final hemos localizado gracias a las pistas concedidas por nuestro amigo Manuel Fernández.
En diciembre de 1977, el Boletín Municipal publicaba una escueta, aunque simpática, nota de prensa sobre la intalación de la figura: «Una gigantesca grúa, técnicos, operarios, ¡muchos mirones!, fueron los artífices necesarios para el montaje final de la escultura que, por los preparativos, suponíamos gigantesca, sobre la fuente de la remozada plaza del General Palacio(s)». El redactor aún no sabe que el apellido del militar se escribe y pronuncia sin ese. «Alguien —continúa la noticia— al verla en su sitio dijo que él lo hubiera hecho a mano por bastante menos dinero. A unos metros más al norte, en la calle de Madrid, en el «chalé de Bergua» [tampoco tiene calle este hombre], caía con estrépito, a golpes de certeros hachazos, el eucalipto más hermoso y frondoso, ¡magnífica pieza!, de los que conocía en Getafe. Nació una bella buente; murió un gran árbol. Descanse en paz».
La fuente, y sobre todo la estatua, fueron motivo de escarnio y burla, diana de reivindicaciones políticas y basurero improvisado. Al poco de ser instalada, fue demontada de su pedestal para desatrancarla. Algunos vecinos, hartos de ver la ineficacia del servicio de recogida de basuras, tomaron la fuente como vertedero de botellas, papeles o plásticos.
La Cibelina era, en aquellos turbulentos tiempos, objeto de numerosos atentados. El detergente y la pintura roja se convertían en arma publicitaria. Dicen que la Cibelina se solazaba, día sí y día también, en una bañera de espuma, como una diosa de las que aparecían en el cinematógrafo. Eran, al margen del humor de los getafenses, tiempos revueltos, de cambio y reivindicación política. Las manifestaciones pasabas a su lado mientras los obreros miraban con recelo a los grises… Dos meses después, pasado el carnaval, un vecino se burlaba de la estatua asegurando que «le recordaba a la publiciad de una marca de ‘bidets’ y retretes…».
En junio del año 2007, el alcalde Pedro Castro y el presidente del Getafe CF, Ángel Torres, reinauguraban otro diseño de la fuente. Todo el pueblo esperaba que el Getafe ganase la Copa del Rey frente al Sevilla y que los hinchas azulones vinieran a bañarse con la tímida diosecilla venida a más.
La Cibelina se había subido a una peana de granito negro de Zimbawe sobre un tremendo carro de piedra caliza blanca, como la propia estatua, tirado por los dos leones que acompañan a la diosa de la tierra, Hipómenes y Atalanta. El vehículo es obra del escultor y pintor Ángel Aragonés, un auténtico ‘fidias’ social-comunista que marcó época y escuela en Getafe junto a su mentor político, el que fuera director del Centro Municipal de Cultura y poeta Andrés García Madrid.
El autor de la carroza, Ángel Aragonés, trató de explicar su ‘remodelación’ y se aventuró a adjudicarle, sin seguridad alguna, la autoría de la Cibelina a un escultor concreto explicando su hipótesis en un artículo publicado en ‘Diseño de la Ciudad’. «Al no encontrar firma alguna ni en la escultura, ni en la peana, realicé algunas averiguaciones. Por similitud encontré la posibilidad de que fuera obra del que fue académico de Bellas Artes en los 60, el gran escultor José Planes (Murcia 1891-1974), que trabajó piezas en la línea sutil comentada…». Sin embargo, el propio Ángel Aragonés, admite sus dudas: «De cualquier modo y sin poder afirmar la autoría, lo importante era en este caso ensalzar esta bonita pieza ya presente en este lugar y popularmente conocida como ‘La Cibelina’. Aunque su colocación sobre una fuente la ocultaba en gran medida, privando por ende del disfrute de una visión total de la escultura».
Nosotros disentimos de su opinión y nos decantamos por asignar la autoría de la Cibelina al escultor José Torres Guardia (Valencia 1932) fallecido en enero de 2017; hurgando en fotografías de su estudio madrileño hemos encontrado una figurita en bronce prácticamente idéntica a la estatua getafense. No tenemos duda. El autor de La Cibelina es el escultor José Torres Guardia.
Antes de la llegada del agua del Canal de Isabel II en 1961, Getafe contaba con algunas fuentes que se nutrían de las corrientes y acuíferos subterráneos que atravesaban el casco urbano. Las más importantes eran las de los tres caños ubicada desde 1889 en la antigua Plaza de la Feria, desde 1895 Plaza del General Palacio, sobre la que se apoyaba una escultura de hierro con una enigmática figura femenina.
La que se ubicaba en la calle Ricardo de la Vega (antes de 1910, de La Fuente) esquina a Mariano Ron (Clavel) con dos angelotes que ondean una bandera con el año 1890; la de los cuatro caños de la Plaza de Carretas (frente a la Churrería Sansegundo); y la de la calle Magdalena.
La fuente de hierro que aparece sobre estas lineas, y que hemos denominado como de ‘los tres caños’ es la que está más relacionada con la Cibelina; primero por que ambas ocuparon el mismo espacio urbano. Hasta los años sesenta fue testigo de los vaivenes de la misma plaza Palacio. No sabemos su nombre, ni su autor; ni siquiera a quién representa. Primeramente nos pareció la griega Artemisa, o la Diana romana. Sin embargo no tiene los símbolos, ni siquiera la postura, el brazo flexionado para recoger una flecha del carcaj, la iconografía asociada a la diosa cazadora.
La fuente de los tres caños, coronada por la figura humana descalza y vestida con un peplo que resalta el cuerpo femenino podría ser una joven Hera, la esposa cruel de Zeus; o su hija Hebe, representación de la juventud, la Prudencia o, incluso, Deméter (Ceres) protectora de la agricultura y las cosechas. Getafe, por aquel año de 1889, era un pueblo eminentemente agrícola a pesar de contar con vecinos de renombre intelectual, artístico, político y militar como Juan Bautista de Amorós, Ignacio Negrín, Felipe Estévez, Joaquín López Puigcerver, Romualdo Palacio o Ricardo de la Vega.
Tras tener dos ubicaciones distintas en la plaza Palacio y dejar definitivamente su protagonismo allí a la Cibelina, figura insulsa y de contorno pulido, la bella estatua de hierro reposa ahora en el jardín posterior o ‘corral romántico’ del Hospitalillo de San José, junto al árbol de los deseos que plantó el alcalde Juan Soler en el año 2013.
Los ‘artistas’ del terrible corto y pego aseguran en sus tribunas digitales que la estatua de hierro fundido exhibe el muñón del brazo derecho a causa de la barbarie de la guerra civil. Falso. A las pruebas nos remitimos. En la fotografía de la fuente instalada en la Plaza del General Palacio en los años sesenta se observa la figura con su mano completa, incluso con un remate que parece, o pudiera parecer, un cetro olímpico. La otra mano está encogida, con los dedos colocado como si en su día sujetase una lanza, un bastón, una rama o incluso una serpiente… ¡Quién sabe!